sábado, 27 de agosto de 2011

UNAMUNO Y EL SENTIMIENTO MÁGICO DE LA VIDA


UNAMUNO Y EL SENTIMIENTO MÁGICO DE LA VIDA


Eran mis 14 años. La adolescencia, más o menos presente y entumida desde siempre, estaba en plena erupción. Hablaba con amigos afines sobre los grandes interrogantes metafísicos, mis compañeros inseparables, mis obsesiones, desde la adolescencia anterior, la de los cuatro años. ¿Existe Dios? ¿Quiénes somos? ¿Qué hay después de la muerte?… Las preguntas discurrían por insomnios y poemas. El profesor de castellano, generoso, comunicante, materialista, comunista, me decía con un dejo de tristeza “Usted es un poeta abstracto”. Yo, por otro lado, era un apasionado seguidor de la política internacional, la guerra, la causa de la democracia . Entre la niebla de las abstracciones metafísicas, escuchaba la radio, leía los diarios, hasta hacía pequeños discursos hablando sobre el conflicto mundial.
En eso tropecé con el libro de Unamuno “El Sentimiento Trágico de la Vida.” Unamuno era de los míos. A mí me dolía España desde que escuché las primeras noticias sobre la guerra civil. Era, creo que todavía soy, un converso a republicano español. Don Miguel le había dicho al general franquista “Venceréis, pero no convenceréis…” Unamuno era parte de mis héroes con García Lorca, con Machado, con Miguel Hernández.
Algo me ocurrió con ese libro. Lo leí con acuciosidad y voracidad. Lo subrayé. Lo anoté. Lo saturé. Me comprometí. Fui sintiendo la seducción del genio, vehemente, sabio, ególatra, defensor de causas nobles, descomunal, erudito, mago de la expresión. Fui destilando mi percepción del mensaje central. Algo así como un pensamiento y un grito, uno dentro del otro. Era: Hay una gran tragedia, él tiene un desgarro existencial sin salida posible. Quiere vivir. No acepta morir, aunque eso signifique vida eterna. Ello, seria otra vida sin su cuerpo. No, no es el mal de haber nacido del protagonista de La Vida es Sueño. Es no poder aceptar que la vida se termine.
Admiré al autor, venció… pero no me convenció Si él quería seguir experimentando la vida… entonces la vida era valiosa y, está claro, nos la dan. Una debilísima luz empezó a darme vueltas: mi postura era no de sentir un sentimiento trágico, era de un sentir pensamientos mágicos sobre la vida. He escrito más de treinta libros y todos ellos podrían cambiarse por un título, mejor por una frase: El sentimiento mágico de la vida
Pasaron los años. Franco había muerto, se había instalado la monarquía; yo estaba viviendo, exiliado, en España. Y seguía siendo republicano. Me acompañaba mi primera esposa, María Luisa, fallecida en 1999. Ella era republicana española de verdad, exiliada en Chile desde la niñez. Ella era más chilena que yo, cosa compensada con mi predominio en lo referente a ser español republicano.
En un momento dado vamos a Salamanca. Buscamos a quien pudiera tener recuerdos vivos de Unamuno, damos con un convento de monjas mayores, hasta hacía poco de normas de claustro absoluto, cerradas las ventanas al mundo.
Nos atiende una religiosa de avanzada edad. Sí, supo mucho sobre la vida de Don Miguel. Nos sorprende haciendo grandes elogios al espíritu libertario del antiguo rector de la universidad. La metáfora sería el que mientras vivía lo culpaban de todo lo que sonara a crítica de lo establecido.
Agrega, metáfora de la apreciación, que después no encontraban a quien echarle la culpa por los movimientos de protesta en la ciudad. Creí escuchar a Unamuno decir: “eso es mucho más mágico que trágico”. No alcancé a hacerlo, era el momento de despedirnos. Coincidimos y no coincidimos con la antigua monja de claustro. Ella me ofreció para besar la punta de un cinturón de paño, en el mismo momento en que yo le daba un beso en la mejilla; María Luisa sonreía comprensiva y el sentimiento de ridículo mediaba entre la magia y la tragedia.


Luis Weinstein Crenovich

domingo, 21 de agosto de 2011

NIDO DE RATAS


PILARES DE NUESTRO TIEMPO II

NIDO DE RATAS
(La “Escuela de las Américas”)

I LA NUEVA INQUISICIÓN
“Escuela de las Américas”, un nombre que no dice nada. Tras esta fachada deliberadamente insípida se esconde la institución en que se (de)formaron muchos de los cabecillas, gestores y ejecutores del triste periodo histórico en que América Latina fue torturada casi de punta a cabo por traumáticas dictaduras militares. Trauma histórico y continental en cuyas mazmorras –materiales y psicológicas- fue engendrado nuestro tiempo.
Su primer nombre fue LATIN AMERICAN TRAINING CENTER-GROUND DIVISION. Lo que esa frase signifique en castellano, da lo mismo. Fundada en Panamá (más específicamente en Fort Amador, en la boca del Canal que mira hacia el Océano Pacífico) en 1946, este “Centro de Entrenamiento” jugaría un rol decisivo en el sorprendente vuelco de los acontecimientos que transformó lo que sería la Era de la Revolución y el “Hombre Nuevo”, en la era de la represión y el hombre amordazado.
Con eficiencia anglosajona, este verdadero nido de ratas ubicado estratégicamente (y para guardar las apariencias) en la cintura de América, fue la primera manifestación física y tangible de lo que se denominó Doctrina de la Seguridad Nacional, ese maquiavélico cuerpo dogmático que consiguió redefinir en la mente de cierta oficialidad las prioridades y objetivos hacia los que dirigir la maquinaria militar.
Fue tal la eficacia de esta nueva Inquisición en el lavado de cerebro de sus alumnos, que sus graduados, al regresar a sus (nuestros) países, olvidaban por completo la función natural de las fuerzas armadas como guardianas de las fronteras nacionales. Cual zombies sometidos a misteriosa hipnosis, los becados volvían a nuestras sociedades ansiosos por masacrar a los nuevos enemigos: sindicalistas, folkloristas, dirigentes estudiantiles, artistas en general, el quiosquero de la esquina que vende cancioneros, y todo individuo o agrupación que denunciase la impotencia de las instituciones existentes para hacer mejorías estructurales en el cuerpo social.
Sus sucesivos cambios de nombre ocultaron, como suele ocurrir, la negativa a cambiar sus métodos y su esencia. Estos fueron:
1950: UNITED STATES ARMY CARIBEAN SCHOOL, que incluyó la adopción del idioma español en sus “cátedras”, y el traslado de sus instalaciones hacia Fort Gulick, en la boca del Canal que mira hacia el Caribe.
1963: UNITED STATES ARMY SCHOOL OF THE AMERICAS, de cuyo final de frase
se extrajo el nombre que perdura hasta hoy. Además, el fiasco de Vietnam (adonde, huelga decirlo, Estados Unidos fue arrastrado por el imperialismo francés tras su derrota en Argelia) convenció a los gringos de que era mucho más práctico usar a los propios ejércitos latinoamericanos para que diesen Golpes de Estado, en vez de intervenir ellos mismos con una abierta invasión, sentido fundamental de esta Escuela de las Américas.
1984: UNITED STATES ARMY TRAINING AND DOCTRINE COMMAND SCHOOL, nombre que asume su carácter adoctrinador, por obra y gracia de Ronald Reagan, reconocido paladín del capitalismo.
2001: WESTERN HEMISPHERE INSTITUTE FOR SECURITY COOPERATION; último camuflaje denominativo: “cooperación” ¿entre quiénes?

II PLAN DE ESTUDIOS
En 1977, el siempre bienintencionado presidente Jimmy Carter consiguió paralizar las “clases” de esta verdadera locademia de torturadores, y se comprometió a retirarla de Panamá, de modo que cuando Mr. Reagan la reabrió en 1984, sus pabellones, aulas y secretarías de estudio (¿contarán también con un “Centro de Alumnos”?) se encontraban ahora en Fort Benning, Estado de Georgia, U.S.A. Por lo menos así quedaba claro que no era una escuela de las américas sino una escuela estadounidense.
El presidente Bill Clinton también intentó cerrarla, consiguiéndolo por un tiempo, pero su sucesor –Bush hijo- la reabrió. ¿Cómo se explica este tira y afloja ya entrado el Tercer Milenio?
Los académicos del cuestionado instituto recurrieron, como luego sus aplicados alumnos, a la existencia de la Unión Soviética para justificarlo todo, absolutamente todo. Aunque a quienes crecimos por aquellos días nunca nos convenció la extraña ecuación que se nos repetía hasta el hartazgo: Si al otro lado del mundo gobernaba un régimen totalitario, en nuestro mundo tenía que gobernar el terror, y, además, estaba todo, absolutamente todo, justificado.
El plan de estudios de la Escuela de las Américas incluyó, en la práctica, las siguientes asignaturas:
- Tortura.
- Secuestro
- Desaparición
- Golpizas a prisioneros
- Campañas de terror
- Detenciones ilegales
- Violación de prisioneras
- Listas negras
- Quema de libros
- Financiamiento de paros patronales
- Robo de recién nacidos
- Desvío de armamento hacia grupos de extrema derecha
- Desabastecimiento
- Mercado Negro.
Algunas de estas asignaturas eran obligatorias, y otras electivas, pero todas fueron –en diverso grado- aplicadas por las dictaduras coordinadas mediante el llamado “Plan Cóndor”. También, cabe imaginar, han de haber contado con talleres experimentales, pasantías, prácticas pagadas, y temibles salidas a terreno. Los mejor calificados, seguramente ascendían a “alumno-ayudante”.
Encorvados sobre sus pupitres se podía ver a tipos como Leopoldo Galtieri, Manuel Contreras o Vladimiro Montesinos. Fueron más de 60.000, de 23 países, los graduados que, diploma en mano, volvieron a sus lugares de origen prestos a poner en práctica sus nuevos conocimientos. Alguien bromeó alguna vez que si la Escuela de las Américas organizase una fiesta de ex-alumnos, podríamos ver, de una sola ojeada y juntos, a muchos de los más peligrosos acusados por crímenes contra la humanidad.

III ALMA MATER
Para entender la existencia de tan insólita escuela, cumple asumir que algunas de las bases en que se cimienta la visión de mundo de la mayoría de los mortales son, en rigor, falacias. Para no desbordar el tema central de estas líneas, me referiré sólo a dos:
1. Latinoamérica NO es independiente. Nunca lo ha sido. Las llamadas Guerras de Independencia de principios del siglo XIX, fueron en realidad una sola guerra civil inter-oligárquica derivada de la invasión napoleónica en la metrópoli. El resultado, bastante azaroso, implicó la entrega en bandeja de los recursos naturales al colonialismo económico británico. Tras la Segunda Guerra Mundial, Inglaterra hizo entrega de su feudo a su hijo norteamericano. Así, la Escuela de las Américas fue el producto predecible con que los Estados Unidos mantendrían vigilado su fundo.
2. Los países son jurisdicciones territoriales, nada más. Lo único que conserva la supuesta unidad entre los diversos grupos e intereses de clase de que está compuesto cada país, es la coerción militar y la educación primaria obligatoria, que cuenta los mismos mitos a todos por igual, siendo así la historia oficial una planificada mitología. Esta falsa homogeneidad oculta el sistema de castas tan caro a Latinoamérica, siendo la casta dominante la que envía a algunos de sus muchachos a esta lejana escuela en la que aprenderá todo lo necesario para el día en que decidan recurrir a un golpe de Estado.

Con esta institución se completa la fortaleza erigida por la extrema derecha para evitar el verdadero desarrollo de nuestras sociedades. Si el franquismo aportó la fe en la reacción, bañándola con un descompuesto pero embriagante halo de ultracatolicismo Opus Dei, la Escuela de las Américas aportó, gracias a la industriosidad y eficiencia Made in U.S.A., la manera de llevarla a cabo.
Pero no vamos a caer en el disparate de achacarle al imperialismo estadounidense la causa de nuestro subdesarrollo. Es perfectamente natural que un país poderoso amplíe sus zonas de influencia y elabore las instituciones y estrategias que estime necesarias para supervigilar la aldea global. Además, si no fuese Estados Unidos, sería otra potencia la “mala de la película” (al carecer aún nuestra Latinoamérica querida de la autoestima suficiente como para plantarse a sí misma de cara al mundo). Lo grave es que las clases dominantes de nuestro subcontinente no entiendan que es absolutamente incompatible el mito de la Independencia con el hecho de seguir enviando oficiales a corromperse a Fort Benning.
En las salas de la S.O.A. (School of the Americas), se decidió una porción no menor del destino de Latinoamérica. Al compararla con la Inquisición no he sido justo, ya que el Tribunal del Santo Oficio nació y creció en concordancia con el espíritu de su tiempo, y no hizo nada que a sus contemporáneos les haya resultado chocante. En cambio, la Escuela de las Américas es un mentís a la post-modernidad y a sus supuestos logros: Democracia, Declaración de Derechos Humanos, Respeto a la Diversidad y otros cuentos de hadas.
Pero lo peor no es esto, la cruda realidad es que este centro de adoctrinamiento e instrucción sigue funcionando hasta el día de hoy, poniendo en entredicho la legitimidad última de toda la institucionalidad que nos envuelve. ¿Qué justificación puede aducir la legalidad toda, si con una mano saluda al pueblo jugando a la democracia, y con la otra alimenta y cuida a los monstruos del laberinto?

En lo que va de este Tercer Milenio, si algo han (hemos) aprendido los pueblos, es que los golpes de Estado –cualesquiera sean las circunstancias, siempre forzadas por conveniencias sectoriales- son una soberana estafa. Las pseudodemocracias de hoy, al menos –y esto es un avance- tienen apariencia de democracia y -sobretodo tomando en cuenta las crecientes movilizaciones populares de este último tiempo- dan para ilusionarse con que puedan llegar a serlo de verdad. Sólo falta recordarles a los parlamentarios que están sentados en el Congreso justamente para eso (y no para “hacer carrera”).
Entonces ¿cómo es que algunos gobiernos latinoamericanos siguen mandando oficiales al “Western Hemisphere Institute…”? Hay algo que no calza.
De todas maneras, el cuadro no es tan sombrío: El año 2004, en un rapto de dignidad, el gobierno venezolano dejó de enviar gente al nefasto antro. El 2006, Argentina y Uruguay siguieron su ejemplo. Al parecer, últimamente otros países se han sumado al sentido común y han decidido dar muestras de independencia. ¿Y Chile, cuándo?


Marcelo Olivares Keyer












miércoles, 1 de junio de 2011




FRANCISCO FRANCO BAHAMONDE,
MAESTRO DE TIRANOS



I LA BATALLA DEL SIGLO XX

Ciertamente, el devenir histórico es uno solo, y toda división de este en periodos es sobretodo un recurso didáctico que a su vez enmascara una versión tendenciosa de la realidad. Pero también es cierto que los flujos y reflujos de la Historia van imprimiendo al paisaje humano tonalidades discursivas y texturas políticas que diferencian radicalmente un conjunto de décadas de otro conjunto de décadas.
Aunque la mayoría de los libros de historia que nos hacen leer desde niños se empecinen en señalar otra cosa, la verdad es que la Segunda Guerra Mundial, así como otros hechos capitales para la historia del planeta, comenzó en España. Pero no aquella mañana de mediados de julio de 1936 en que un grupo de generales se sublevaron contra un gobierno constitucional que llevaba apenas cinco meses en el poder, sino a partir de los días y semanas siguientes, cuando las organizaciones de base exigieron y -lo fundamental- consiguieron armas para oponerse al golpe, dando así inicio a la conflagración que comenzaría a delinear nuestro tiempo.
Pero, volviendo a lo planteado en las líneas que encabezan estas digresiones, ¿cuándo comenzó nuestro tiempo? Ante esta pregunta se viene de cajón la pregunta previa ¿qué define a nuestro tiempo? A mi parecer son dos los rasgos que predominan en Occidente (y más allá) desde hace ya un cuarto de siglo: Un capitalismo ya no sólo triunfal sino descarado y avasallador, y una fragmentación hasta la atomización de toda clase de reivindicaciones, reclamos y cacareos. Cuadro muy distinto de lo que sucedía hace medio siglo, cuando la amplitud y disciplina de las organizaciones de base, el alto grado de conciencia política de buena parte del proletariado, la gran cantidad de leyes sociales conseguidas tras un siglo de marchas y huelgas, mezclados a una religiosa creencia en un final feliz y en un cinematográfico triunfo de los buenos (o ,cuando menos, de la mayoría), daban para vaticinar que las izquierdas ganarían por fin la cruel y agotadora batalla del siglo XX. Pero no fue así, y a continuación de ese tiempo de esperanzas fundadas en la acción, vino este tiempo, nuestro tiempo.
Si el umbral entre ambas épocas estuvo en los años setenta, cuando coexistieron la fe tozuda de unos con la despiadada reacción de otros, resultaría erróneo buscar el principio del fin de la era de la esperanza por esos mismos días, ya que todo elemento o fenómeno que habita el universo incuba en su seno la semilla de su propia destrucción. Entonces, hay que retroceder a esos casi tres años comprendidos entre julio del 36 y marzo del 39, cuando en los campos, pueblos y ciudades de España, esa península europea que no por casualidad apunta hacia América, convergieron -como convergen todas las bestias en un pantano aún húmedo al inicio de una gran sequía- las facetas que la condición humana podía mostrar en ese estadio del tiempo: El heroísmo autodestructivo, la ingenua fe en las instituciones, el frío y certero cálculo, la venganza, la locura, y todos los monstruos que dormían en el ático, y que la guerra, ese desmoronamiento de todos los pactos, soltó de nuevo en las calles, como se suelta una manada de toros desbocados en una fiesta desquiciada.
A no engañarse. No fue el triunfo de la extrema derecha lo que inauguró una nueva era. Comprobado está que de cada cien golpes de estado, en noventaynueve de estos las fuerzas armadas toman partido del lado de los que detentan el poder económico, obviamente. Lo que aconteció, o comenzó a cobrar forma cuando los últimos refugiados huían cruzando los Pirineos o embarcándose con lo puesto hacia América, fue un cambio de paradigma, vale decir un cuerpo de ideas nuevo surgía, el que comenzó a cobrar fuerza primero en los triunfadores, al ser pulido y optimizado en relación con la cambiante realidad que no paró de hervir durante las tres décadas siguientes. Y ese proceso de alquimia tuvo en el general Francisco Franco Bahamonde un eficaz artífice o, si se prefiere, un guía inteligente, admitámoslo.




II "¡VIVA LA MUERTE!"

La escuela de Franco fue desde un principio la guerra, cuando España, después de dos siglos de derrotas ante ingleses y franceses, buscaba resarcirse consolidando su dominio sobre una porción de esa misma África ya repartida mayoritariamente entre aquellas dos potencias imperialistas. Pero la Guerra del Rif, en lo que hoy es parte de Marruecos, se estaba transformando en una pesadilla para España (parecido a lo que fue Vietnam después para los norteamericanos), absolutamente impopular, sin visos de terminar nunca, hasta que por allá apareció Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo Franco Bahamonde, un muchacho gallego hijo de un militar parrandero y de una madre piadosa, y fue ahí en donde, además del título de Gentilhombre que le otorgó el Rey Alfonso XIII en 1922, se transformó, con treintaytrés años de edad, en el general más joven de Europa, por indiscutibles méritos de guerra en 1926. Su aura de guerrero victorioso y su ascendiente sobre la tropa serían elementos clave en el futuro del joven general. Él mismo diría "Sin África, yo apenas puedo explicarme a mí mismo".
Fue allá también en donde conoció de cerca a José Millán-Astray, fundador del Tercio de Extranjeros (Legión Extranjera en versión española) en 1920. La alocución de Millán-Astray recibiendo a los primeros voluntarios del Tercio no se iba por las ramas: "Os habéis levantado de entre los muertos, porque no olvidéis que vosotros ya estabais muertos, que vuestras vidas estaban terminadas. Habéis venido aquí a vivir una nueva vida por la cual tenéis que pagar con la muerte, habéis venido a morir."
Millán-Astray fue destituido a poco andar debido a sus excesos. Mutilado por todos lados tras mil batallas, pocos rastros de humanidad le restaban. Ya no era un hombre, era un concepto viviente que contribuyó decididamente en la actitud de los "Africanistas" y su desequilibrante labor en lo por venir.
Desde Marruecos Franco no sólo traería condecoraciones, títulos, grados, prestigio y contactos. Aunque en su equipaje parecía no pesar, en su alma ya despuntaban tanto la convicción de que la acción vale más que cualquier otro argumento, y también la sospecha de que quizás él, Franquito -quien por esos días acababa de casarse con Carmen Polo- sería el elegido para restablecer el orden sagrado.

III ESTO NO ES UN HOMENAJE

Como la mayoría de los golpes de estado, el de España comenzó a ser fraguado apenas se supo el resultado de la votación popular. Traicionar los legítimos poderes requiere de exhaustiva planificación, cientos de reuniones secretas, hipocresía plena, caradurismo total, las consabidas campañas del terror de que tanto gustan las organizaciones de derechas, y también un sostenido proceso de desestabilización para crear cierta atmósfera de caos que, al menos ante los menos lúcidos, justifique en algún grado la sedición. A todo esto fue invitado Franco ni bien se supo que Manuel Azaña sería el próximo presidente. Y es en ese momento cuando aparece una característica de este joven general que seguramente nadie había advertido hasta ahí: Franco era inmensamente astuto. Ya relegado en Canarias tras ser descubierta su cercanía con algunos golpistas, sus respuestas a los generales Emilio Mola y José Sanjurjo, verdaderos "padres" del golpe del 36, son una antología a la ambigüedad y la indefinición. Mola y Sanjurjo, exasperados, llegaron a bautizarlo con el mote de "Miss Canarias". Un resignado Sanjurjo tuvo que anunciar: "El golpe va, con Franquito o sin Franquito".
El estudiar minuciosamente las posibilidades para tener certeza de hacia dónde soplarán los vientos políticos, y así poder sumarse al bando que triunfará, fue una de las principales características de Franco. También lo fue el saber evaluar la realidad y no dejarse llevar jamás por entusiasmos delirantes. Cuando por fin decidió sumarse al golpe, y ante los precipitados brindis de rápido triunfo con que celebraban de antemano los artífices del levantamiento, Franco advirtió "Va a ser enormemente difícil y muy sangriento". A pesar de sus dudas, el sólo hecho de tener al héroe de África entre los rebeldes implicó la adhesión de un alto número de indecisos.
Para aniquilar la II República no bastaba con un puñado de generales ávidos de poder, y a la hora de sumar apoyos Franco demostró contar con otra habilidad necesaria a la hora de trepar, esta es la capacidad de convocar y utilizar a diversos sectores sociales, y también saber desprenderse de estos desechándolos en el momento justo. La prensa vasalla de la oligarquía ciertamente había hecho lo suyo alimentando la paranoia con titulares cada vez más catastróficos, pero era necesario no sólo contar con la aquiescencia de las clases conservadoras, urgía más reclutar sangre fresca dispuesta a oponerse al clima revolucionario predominante a mediados del siglo pasado. Y aquí comienza otra manifestación del malabarismo típicamente franquista, al apoyarse incluso en grupos fascistas que buscaban la abolición del capitalismo, pero canalizando sus fuerzas justamente para la perpetuación de este. Obra maestra de habilidad política que sería una de las principales enseñanzas que el franquismo legaría a sus discípulos iberoamericanos cuando la Cruzada prendiese en las mentes militares de este lado del Atlántico.




IV "HARÉ FUSILAR A MEDIA ESPAÑA SI ES PRECISO”

Sabido es que tras el levantamiento militar y la rápida respuesta de las fuerzas populares, el territorio español quedó dividido de hecho en dos países. Así comenzó la guerra, con un empate técnico. Pero si la mayoría de la población estaba con la república, la mayoría de los militares estaban con los golpistas, y si el apoyo moral de casi todo el mundo occidental se inclinaba por el gobierno legítimo, los pocos aliados internacionales de los rebeldes no se quedaban en declaraciones y proclamas; rápidamente los gobiernos dictatoriales de Italia y Alemania hicieron llegar su ayuda concreta y abundante. Esta es una secuencia reiterada en la edad contemporánea, la de la izquierda perdiendo el tiempo en ceremonias y fraseología mientras la derecha prepara y lanza su zarpazo. Así y todo, Franco supo muy hábilmente marear con indecisiones a los histriónicos caudillos del Eje, dejarlos inflarse y sucumbir, mientras él, un escueto general que comenzaba el día oyendo misa, rió último, gobernó a tres generaciones, y murió de viejo con las botas puestas sin soltar realmente el poder.
¿Cómo lo hizo? De la forma que hemos delineado más arriba, sin excluir la necesaria dosis de fortuna que hizo morir en sendos accidentes de aviación a los cabecillas del golpe en hora temprana. También se las arregló para ser fascista en la hora del fascismo, cuando proclamaba "Hay que sembrar el terror…hay que dejar la sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros"... lección esta aprendida y aplicada de memoria por los dictadorcillos iberoamericanos poco después. “Cruzado de Occidente”, “Príncipe de los Ejércitos”, “Mejor Estratega del Siglo”, fueron algunos de los títulos con que se adornó y fue adornado en esa etapa.
Sin duda soñó y proyectó su porción de mundo a principios de los años cuarenta, pero no debe haber creído nunca en el "Nacional Sindicalismo" preconizado por la Falange, como no creía nada que saliera de la boca de un intelectual, ya que Franco era ante todo un guerrero medieval cuya espada estaba al servicio de los dueños de los medios de producción, y la palabra revolución le provocaba nauseas sobretodo porque cuestionaba la esencia inmutable del ideario del "Caudillo", es decir la ciega creencia de que el orden capitalista es un orden sagrado, sancionado por Dios mismo, y bendecido por la jerarquía católica; esa jerarquía católica que redactó una carta pastoral a la medida declarando la Guerra Civil como "Guerra Santa".




V CIRUGÍA MAYOR

Pragmático y hermético, recién en los años cincuenta el franquismo reconoció su verdadera vocación, desplazando a los elementos abiertamente fascistas, y reemplazándolos por tecnócratas menos vociferantes pero mucho más eficaces a la hora de consolidar el credo capitalista-católico que hoy campea a sus anchas en buena parte de nuestro mundo. Muchos de estos maestros del poder fáctico militan en el Opus Dei, hoy por hoy una de las sectas de mayor crecimiento en América Latina, demostrando que la mano de Franco ahí está, sólida y vigente mientras no se articule otro poder de equiparable astucia y convicción.
Hay que decirlo, Franco ganó una guerra, una guerra de verdad: tanques contra tanques, aviones contra aviones, largas campañas enterrado en el fango, enfrentando a unas fuerzas republicanas que si bien nunca pudieron disciplinarse debidamente para enfrentar a ejércitos regulares, dieron muestras de un heroísmo y abnegación que quedaron grabados para siempre en el folklore y en la memoria no sólo de España y los países hispánicos, sino también en cada rincón del planeta del que salió un voluntario para ir a luchar por la II República. Algo que no pueden decir los generales que coordinaron la seguidilla de golpes de estado que transformó a casi toda América Latina en una larga y ancha dictadura militar. Los generales latinoamericanos- salvo los brasileiros que lucharon en Europa- sólo vieron la guerra en televisión, en el cine, en sus textos de estudio y en su afiebrada imaginación. Pero aprendieron muy bien las lecciones de papá Franco, sobretodo las más fáciles como aterrorizar al pueblo, fingir autonomía a pesar de su flagrante condición de guardianes de la clase dominante, sumisión psicológica ante los países de la O.T.A.N., y una falsa austeridad desmentida por el innegable enriquecimiento patrimonial y económico de la alta oficialidad en todo país que cayó en la trampa de una dictadura. Franco mismo multiplicó varias veces su fortuna durante su largo gobierno, y –el sueño de todo militar arribista- casó a su única hija con un marqués. Porque hay que admitir que las fuerzas armadas, asumidas como perros guardianes del castillo, cobraron –y caro- por sus servicios, llevándose senda tajada en propiedades, autoasignaciones, negocios turbios, y un anhelado reposicionamiento social levemente por sobre la clase media. Esta mezcla de arribismo y sentido feudal de la sociedad tuvo su corolario cuando Franco, resignándose al cambio de los tiempos y cuando la palabra totalitario ya no sonaba bien, sólo se dignó a traspasar el cetro al único ser humano que consideraba superior: el futuro Rey Juan Carlos de Borbón.
Para dimensionar debidamente la Guerra Civil Española bastaría con recordar que dio lugar a la última migración masiva de españoles hacia Hispanoamérica; sin embargo sus ecos van mucho más allá. La cirugía mayor operada por Franco y su entorno transformó tanto a los vencedores como a los vencidos. Entre los primeros, les devolvió a los poseedores del capital la sensación de que sus privilegios son indiscutibles, liberándolos de la sensación de Final-de-Era que a muchos hizo creer que realmente el socialismo había llegado y que más valía resignarse y colaborar. Con su aplanadora anti-disidencia, les dio tiempo a los leguleyos de la oligarquía para elaborar cuerpos jurídicos a la medida, permitiendo que el capitalismo actual resulte literalmente oleado y sacramentado. Admitido o no, todo dictador sueña con morir en el poder y terminar diciendo que sólo responderá “Ante Dios y la Historia”, y aunque su Nacional-Catolicismo ha debido aceptar la coexistencia con otras castas más briosas y menos contradictorias (como, por ejemplo, los evangélicos), sus imitadores en América, llámense videlas, stroessneres, médicis, pinochetes o bánzeres, han debido creerse pequeños franquitos en miniatura, ya que, al final de cuentas, el modelo franquista calzó mucho mejor en esta Latinoamérica feudal por idiosincrasia, y no en la España en que nació, ya que esta debió modernizarse sí o sí como condición para su acercamiento y ulterior ingreso a la Comunidad Europea.
Con respecto a los vencidos, basta con observar con objetividad para reconocer cómo el consumismo ha desplazado del corazón del pueblo toda prioridad comunitaria, así como el sentido de clase y la preocupación por el entorno. Ni hablar de los animales y el medio ambiente, que sólo quitan el sueño a unos cuantos excéntricos, locos u otros afortunados, mientras los temas del ámbito lúdico-evasivo (fútbol, realitys, astrología, farándula, ufología, misticismo instantáneo y otros) ganan continuamente espacios al grado de contaminar todo cuanto tocan.
Hoy, las pseudodemocracias paridas tras el terror hacen agua por todos lados. Los brotes de organización política que consiguen despuntar al margen de los partidos son sistemáticamente menospreciados, la delincuencia crece como parte constitutiva del engranaje consumista, mientras la clase política vive preocupada del ángulo de sus sonrisas, sus propios sueldos, sus capacitaciones turísticas, y de que sus corbatas hagan juego con sus camisas.
Si vivimos hoy en un mundo reaccionario, es en gran medida por lo sucedido tras el triunfo franquista hace ya varias décadas. El interregno entre el 39 y nuestro tiempo pudo perfectamente haber sido una ilusión.



Marcelo Olivares Keyer
olivareskeyer@gmail.com

lunes, 7 de marzo de 2011

ESTACIÓN YRIGOYEN o el Libro Maldito




I EL ESPEJISMO

La ciudad sedujo al hombre desde que el clan recolector, en su cotidiano desplazamiento, se encontró de manos a boca con un grupo de congéneres que habían optado por permanecer en el mismo sitio produciendo sus propios alimentos y almacenando el excedente. La relativa abundancia en el granero, y sobretodo los sofisticados artilugios que los sedentarios habían elaborado con su mayor disponibilidad de tiempo, dejaron atónitos a los nómades, quienes desde ese instante cuestionaron sus propias vidas y anhelaron la que creían ver en otros. Entonces, la ciudad fue desde su inicio el objeto del deseo y el territorio de la ilusión. Este amasijo de ilusión y deseo, carnada infalible a través de miles de años, jamás dejó de funcionar, y mientras el incipiente caserío se transformaba en colosal laberinto, las oleadas de nuevos ocupantes, movidos por el ansia incontrarrestable de “ser otro”, desbordaron los naturales límites de la colmena u hormiguero humano, dando lugar a uno de los más singulares fenómenos producidos por nuestra creativa especie, ese fenómeno de ambigua valoración llamado marginalidad. Así, el insecto social no contenido por red solidaria alguna, deambula a tientas por el entramado urbano, guarida supuestamente colectiva, que por arte y magia de un desarrollo fallido (léase sub-desarrollo), ha perdido su capacidad de contener al hombre que sufre, limitándose tan sólo a desplegar sus veredas y paredes como precario hábitat pero inmejorable soporte para un eventual asomo de expresión.
En nuestro querido mundo subdesarrollado, muchos espacios públicos, más temprano que tarde, derivan en espacios abandonados y por lo tanto disponibles para todo uso. Urgencia fisiológica, transacción narcótica, improvisado motel o expresión artística, todo cabe en el espacio perdido para el sistema pero conquistado por los hados de lo incierto.
Porque nuestro subdesarrollo no ha impedido el crecimiento desmesurado de la ciudades, más bien parece alimentarlo; no hay cortapisas para el arribo infinito de nuevos habitantes con su fardo de sueños que más temprano que tarde se transformarán en frustración, cuando la estrella imaginaria que los trajo enganchados se apague, dejándolos solos, reptando por los turbios pasillos de la urbe que los engañó. Esos pasillos no aptos para la fotografía turística, en los que el declive de la sociedad ha posibilitado la misteriosa sedimentación de antagónicos elementos, el matrimonio inesperado entre belleza y sordidez.

II LA REALIDAD COMO MOLDE

A principios del 2001 la artista visual bonaerense Mariana Pellejero (Lomas de Zamora, 1974) embadurnó con tinta de grabado las ajadas paredes de la estación de trenes HipólitoYrigoyen con el objeto de extraer “la belleza desde donde aparentemente no está”. La inusual estrategia fue mucho más allá del habitual registro fotográfico común en las antologías de graffiti. Mariana Pellejero utilizó la realidad misma como molde, al traspasar directamente el anónimo dibujo inciso en el estuco hacia el papel en blanco. Conquistada por su propio hallazgo, la artista modificó su inicial objetivo de servirse de esos dibujos sólo como parte de sus futuras creaciones y, rendida ante la belleza de esa imaginería, optó por dejarlas tal cual, intocadas e inmejorables “formas en sí mismas”.
Alejada de los tinglados turísticos cazabobos (del tipo parejita bailando pseudotango para la cámara del viajero), la estación Yrigoyen forma parte de ese extenso entramado de ferrocarriles en el que millones de bonaerenses sin disfraz se desplazan a diario. Muy cerca del nada glamoroso Riachuelo, y en la frontera entre “Capital” y el “Gran Buenos Aires”, la estación Yrigoyen dormita en medio de un barrio alguna vez febril, hoy en día de onírica y apocalíptica estampa, con sus callejones desiertos, en donde los papeles rasgados vuelan como bandadas de aves mutantes huyendo al paso del solitario transeúnte, y en donde las maltratadas paredes, cual páginas de un libro maldito, guardan un incómodo mensaje que puede resultar peligroso sondear.
Pero ahí está el (la) artista para meter sus manos en el fango, porque el arte consiste no sólo en esgrimir las personales obsesiones y enrostrar al espectador lo hallado en la trastienda del ser; consiste también en recolectar en el hábitat cotidiano aquello que el artista considera relevante, aquello que importa reconsiderar. Suerte de apropiación que entraña sincero homenaje y urgente reivindicación.


III UN ARTE PARA EL LABERINTO

De aquel buceo de Mariana Pellejero en la “caverna” Yrigoyen, la propia artista seleccionó una treintena de grabados en los que es altamente recomendable detenerse por un largo instante. Ahí está el mundo profetizado hace medio siglo por Marshall Mc Luhan (seguramente el único filósofo que ha dado en el clavo alguna vez), ahí están los signos trazados por el hombre eternamente primitivo, a pesar de la ropa y la hipocresía inherente a la vida en civilización. ¿Un arte hecho para la multitud, para los ojos agotados de la multitud, para la mirada hastiada del pasajero apretujado en el hormiguero humano? ¿o un lenguaje cifrado en clave sólo comprensible para los demás miembros de la proscrita tribu?. Como las huellas de dos etnias que comparten un lugar de paso, en las paredes del laberinto coexisten ambos lenguajes: El mensaje compulsivo del hombre que se ahoga en la muchedumbre, y el más estudiado y esperable código carcelario con sus señalizaciones, advertencias y pavoneos. Este segundo ámbito comprende una amplia gama de armas blancas (era que no), espadas de todo tipo, verdadera panoplia anhelada por todo asaltante al estilo arcaico (hoy en día cuesta más barata una pistola) o aspirante a serlo, y también enigmáticos conjuntos de puntos que a primera vista parecen las caras de un dado, pero en los que el ojo iniciado sabe ver a cuatro forajidos dando muerte a un policía que es el punto del medio. Todo un mundo en sí, este lenguaje, así como todo el universo delictual, desde hace un buen rato encontró su lugar en el arte y en los medios, principalmente en el cine; es por eso que nos detendremos un poco más en ese otro conjunto de imágenes, aquellas cuyo origen y sentido resulta más impreciso, más nebuloso, aquellas que brotan del ciudadano fallido que, al no pertenecer a clan alguno, se dirige a la pared.

IV EL SUEÑO DE LA RAZÓN

Antes que todo, ¿qué hace al transeúnte transformarse en generador de un signo visual? En mi opinión, el habitante-transeúnte, abrumado por la complejidad del nacer y ser en la agobiante palestra de la sociedad, decide, gracias a mecanismos que apenas él mismo comprende, enviar un mensaje más o menos cifrado a un destinatario que, en rigor, se encuentra fragmentado en los miles de ojos cuyas miradas resbalarán por el escenario urbano sin reparar concientemente en los signos que le salieron al paso. Pero el mensaje (dibujo, palabrota, o simple incisión) está ahí, producto de un arrebato controlado y posibilitado por la impunidad de la ciudad desprotegida. Y permanece ahí, a pesar del brochazo en blanco que pueda caerle encima por disposición municipal. Luego, el improvisado y fugaz “artista”, regresa a la deriva, reabsorbido por esa estampida de la que apenas pudo escapar el instante justo como para dejar un rastro en la pared. Así, el arte espontáneo de las paredes es en sí una alegoría del arte en general, en tanto esfuerzo por fijar un momento específico en la tormenta sin fin de la eternidad. Y he aquí lo maravilloso, cuando este arte rupestre post-industrial, que nace como atentado a la pulcritud y/o como simple bravuconada de un chico malcriado, deja atrás su espurio origen y alcanza, por una especie de dinámica autónoma de las formas por sí mismas, el rango de signo que ha de ser recogido, alcanzando, en definitiva, el status de obra de arte.
¿Cómo no conmoverse, por ejemplo, con ese diablejo cuyo corazón se transparenta en su tórax, y cuya cabeza ostenta aureola de santo? ¿Cuántos artistas de renombre consiguieron tal síntesis y con tal economía de medios? ¿O cómo no quedar al menos pensativo ante esas figuras yacentes, heridas o agonizantes? De alguna manera, en esas figuras sin fondo, en esos sujetos sin predicado, se filtra, en arquetípica impronta, el calvario de la humanidad entendida como unidad, igualmente estafada en cada rincón del planeta en el que las cuentas de vidrio del espejismo urbano compraron sin retorno la libertad del hombre “primitivo”.
A pesar de la obvia escatología, del erotismo procaz, y de otros lugares comunes que invaden también (¿cómo no?) este arte rupestre de la edad del plástico, puede ser un buen ejercicio el reparar en ese signo que a todas luces busca ir un poco más allá del escupitajo espontáneo. Gesto que, si bien no alcanza a los cimientos de la ciudad, sí alcanza -y remece- los recónditos cimientos de la psique humana. Y no me estoy refiriendo al graffiti multicolorido y circense encontrable hoy por hoy en toda ciudad que aspire al título de (post)moderna. El Arte con mayúscula que nos concita es ese otro, para el cual el color no importa porque simplemente no existe; Arte casi secreto, habitualmente denostado o confinado al ámbito de la psicopatología. Un Arte que brota sin plan previo -al menos en el terreno de lo consciente-, y que subsiste amparado en su bajo perfil y en su ausencia de pretensiones, al ir contra la corriente y despreciar, en nuestras propias narices, la autocelebrada cultura. Un Arte que nos recuerda, por si no nos habíamos dado cuenta, que la cultura está cansada y quizás sólo sobreviva en las sombras.


V LAS SOMBRAS

El nunca resuelto debate entre los historiadores del arte con respecto a si este fue primero naturalista o simbólico, se resuelve en el arte mismo, ya que toda figura trazada es lo que es, primero que todo, pero al mismo tiempo está relacionada con todo lo que nuestra mente la llegue a relacionar. La angustia y el misticismo recorren cada fibra de nuestro ser, no hay vuelta que darle, el arte de las cavernas nos acompaña desde antes de la invención de la memoria. Y si ninguna de estas disquisiciones pasó jamás por la cabeza del tunante que dibujó una cruz en un sórdido muro de estación -quizás sólo para paladear el irresistible sabor del pecado- junto a una posa cuyo líquido preferimos ni pensar de donde escurrió, resulta indudable que un soplo divino pasó por esa mano irreverente que muy a pesar de sí misma se detuvo un instante en el tráfago cotidiano y, presa de una irrefrenable “libertad en la fatalidad”(Maeterlinck) trazó los mismos signos que otros esbozaron a través de los siglos.
Resulta asaz significativo que la recolección (Pellejero prefiere la palabra apropiación) de esta serie, haya sido realizada apenas unos meses antes del descalabro que acompañó al derrumbe del gobierno del presidente Fernando de la Rua, dejando en claro que la violencia subyace como uno de los motores de la vida en su totalidad, y es anterior a circunstanciales brotes de violencia callejera (tan del gusto del periodismo). Un rostro que asoma torpemente dibujado, una rúbrica al pie de un espacio en blanco, son mensajes, admitámoslo o no, y tengamos o no tiempo para dedicarles. Después de todo, la multitud no deja (ni dejará) de crecer, moverse y desplazarse. Los trenes no dejan de irrigar humanos-hormigas hacia todos los rincones del nido colectivo, y Mariana Pellejero, transcurrida ya casi una década desde su encuentro con los muros de Estación Yrigoyen, continúa hoy rastreando huellas, su variedad, su belleza, su lenguaje.



MARCELO OLIVARES KEYER olivareskeyer@gmail.com




viernes, 26 de noviembre de 2010

REQUIEM POR CAZUZA



I. GENEALOGÍAS, IDENTIDAD Y OTRAS MACANAS.

El desarrollo del mercado discográfico en cualquier sociedad es un arma de múltiples filos. Si por una parte viene muy bien a los creadores la instalación de una maquinaria eficiente de registro y difusión, más aún cuando esta difusión adquiere dimensiones de industria y la música de esta sociedad comienza a recorrer el mundo y captar adeptos en cada rincón del planeta, no es menos cierto que esta misma maquinaria, una vez globalizada y entregada a los mecanismos del mercado, comienza a repetirse. Es decir, aquello que prendió en el gusto masivo más allá de las fronteras nacionales, por la lógica de la ganancia económica termina siendo lo único que las compañías grabadoras se atreven a exportar. Conceptos majaderos y relativos, del tipo “identidad” o “lo que la gente quiere”, terminan por anquilosar la oferta, transformando la original intensión de difusión en una mera fábrica de ladrillos. Es el precio inevitable, se podría decir; como inevitable parece ser también la instalación de grupos que, de diversas formas, unas justas y otras no, acaparan la representatividad del folklore (otra palabra complicada) local. Así, odiosas dinastías artísticas fundadas por talentos genuinos, al cabo de una o dos generaciones dan paso a insufribles y ubicuos descendientes, esgrimidores permanentes del apellido del abuelo o la bisabuela genia.
Brasil no es la excepción, desde que a mediados del siglo pasado la bossa nova y - ligado a la imaginería turística- el samba ( tan famoso como incomprendido) se grabasen con tinta indeleble en el mural latinoamericano. A partir de aquel periodo fundacional, los apellidos de los próceres no dejaron de secretar hijos, nietos y bisnietos intrascendentes, y, lo realmente lamentable, las ciclópeas compuertas que debieron abrir paso al torrente del vastísimo acervo musical brasileiro, se cerraron al parecer para siempre.
Sin embargo, la realidad es siempre más grande que cualquier camisa de fuerza con que se la pretenda caricaturizar.

II. EN LA ENCRUCIJADA DE LOS TIEMPOS

Latinoamérica se encontraba a principios de los ochenta en la encrucijada de los tiempos. Limitándonos a la música popular, y más específicamente al rock-pop, todavía campeaban aires clásicos, aunque los riffs bluseros, los cabellos largos y la explosión a lo Deep Purple tenían sus días contados. Sin embargo, en un barrio de clase media de Rio de Janeiro, cuatro chicos sólo querían rocanrolear, hacer ruido, tomar cerveza, en fin, pasarlo bien. Pero había un problema: ninguno cantaba y por más que probaban posibles vocalistas ninguno los convencía.
Pero detengámonos un poco en esta parte de la historia. Estamos hablando de Rio de Janeiro, la ciudad, la metrópolis, la megalópolis. Simplemente, Rio. Tal vez la más potente y completa de la larga lista de grandes ciudades latinoamericanas. Rio lo tiene todo. Ciudad de rascacielos que brotaron en un entorno paradisíaco de cerros verdes cuyas cimas apuntan en todas direcciones, ciudad de profunda y señorial cultura lusitana, foco de inmigración multicultural, la más ostentosa riqueza junto al más patético desamparo. Un caldo urbano de infinitas ramificaciones que en los años cincuenta había dado al mundo ese samba en voz baja llamado bossa-nova, cuyas letras hablaban de bares a la orilla de la playa, de tranquilas noches a la luz de la luna, de belleza, disfrute y ensoñaciones, en fin, otros tiempos.
A principios de los ochenta esa poética estaba rotundamente caduca, los bares se habían transformado en nidos de soplones, la noche había amparado al terrorismo de estado, y el mar había devenido en improvisado mausoleo en el que arrojar prisioneros y ejecutados políticos. Así, la bossa-nova, desprovista de contexto, ya nada podía aportar.
Sin embargo toda época se las arregla para dar vida a un alma que, envuelta en un cuerpo, leerá acertadamente los tiempos y cantará la nueva realidad. Un alma y un cuerpo que filtrará la ciudad hasta destilar su más letal pócima. Lo que se dice, un poeta.
Y bueno, volviendo a los chicos de clase media que intentaban rockear, un día apareció un nuevo candidato a vocalista. Era un tanto mayor que los integrantes de la banda, lo suficiente como para admirar a Janis Joplin, y aunque su voz no era nada del otro mundo, el tipo irradiaba una energía y una seguridad que no dejaron lugar a dudas, la banda ya estaba lista. El nuevo integrante se llamaba Agenor de Miranda Araujo Neto, pero le decían Cazuza.








III. EL GAROTO DE IPANEMA

Desde adolescente Agenor vivía pegado a la máquina de escribir, pero, claro, la inevitable búsqueda de todo artista en ciernes lo había paseado por otras disciplinas, incluyendo la disciplina de los excesos, y un cierto ascenso social de sus padres -unido a su condición de hijo único- le había permitido hacer lo que se le viniera en gana, sobretodo explorar cada rincón, cada bar y cada azotea de ese suburbio de Rio conocido mundialmente como Ipanema, en cuyas playas de Leblón y Arpoador, el poeta sería revelado, literalmente iluminado por el resplandor del océano Atlántico reflejado en los amplios ventanales.
La banda que resultó de la unión del indomable hijo único con los cuatro mozalbetes se llamó Barao Vermelho (“Barón Rojo”), “Barón por elegante, y rojo por socialista” diría después Cazuza. No fue una súper banda ni nada por el estilo, cultivaron eso sí un híbrido a medias rocanrolero, a medias livianamente pop, con pasajes que a veces -sobretodo por su entrega- hacen recordar, salvando todas las distancias, a los New York Dolls (aquel grupo bisagra entre el rock clásico y el punk-rock). La hibridez de Barao Vermelho incluía también, por supuesto, cierto dejo new wave, e impregnado con esta nueva sonoridad fue que lograron meter en las radioemisoras su primer hit Todo Amor Que Houver Nessa Vida. Corría 1982, y salía a la venta el primero de los tres álbumes que Barao alcanzaría a dar a luz entre l982 y l984, antes de la necesaria separación. A partir de ahí, Barao Vermelho seguiría por un lado, y -lo realmente importante- Cazuza por otro.

IV. EL VERDADERO FOLKLORE

Han pasado exactamente veinte años desde que en 1990 falleció Cazuza en medio del revuelo mediático, y eso que había irrumpido en el ruedo de la fama tan sólo ocho años antes. Sus canciones, al par que representar a su generación, fueron rápidamente grabadas por los dinosaurios de la canción brasileira a pesar de que apenas alcanzó a sobrepasar los treinta años de edad. En sus versos respira Rio de Janeiro, pero al mismo tiempo respira toda ciudad con su decadencia y su brillo. En sus estrofas está la calle, con sus latas de cerveza vacías rodando sobre el asfalto, y está el alma humana, con su
vacío eternamente llenándose y vaciándose. Porque Cazuza es el más carioca de los músicos pop y viceversa, al cantar tanto la noche como la resaca, y al soportar sobre los hombros de su creatividad todo el peso de la megalópolis. Con sus frases rotundas ilustró al sujeto y su circunstancia en testamentos de tres minutos de duración. A pesar de haber habitado la noche, en su poesía no hay nada sombrío, parece como si las mortecinas luces de la gran ciudad le hubiesen bastado para pintar en pocos trazos el retrato hiperrealista de su Rio de Janeiro querido sin caer en fantasmagorías de adolescente, ni en la anodina por estandarizada crítica social. Cazuza fue un médium a través del que se manifestó el más verdadero folklore, el folklore vivo del presente, sin efemérides ni tenida oficial, el folklore de la megalópolis cuyos rascacielos atraviesan las nubes y cuyas catacumbas no sabemos muy bien hasta donde pueden llegar. Callejeó en aquellos extraños días de finales de dictadura (¿se acuerdan?), esos días en que la palabra futuro perdió su razón de ser mientras los artífices del poder sellaban su pacto secreto a espaldas de los pueblos.

V. ADIOS CAZUZA

Cazuza explotó, y quizás no quedará nada de él, pero antes fue capaz de, en medio de la derrota, señalarnos el pequeño gran triunfo aun posible: el triunfo de la experiencia personal, el triunfo de la vida vivida y bebida hasta la agonía, señalando de paso el camino a otros cantautores que, como Miguel Abuelo o Charly García, también cantaron y cantan a la vida sin adornos. Era un letrista empedernido, vaciando versos a pedido sobre melodías ya hechas, o entregando poemas a sus amigos para que estos los musicalizasen. Todo el mundo quería estar cerca de él al final, parecía un gurú (un gurú con SIDA), y él seguía escribiendo y grabando, ya hecho un esqueleto viviente y con la voz ya casi apagada. ¿Qué queda de Cazuza? Muy poco. No hubiese calzado en estos tiempos de glamorosas protestas on line, en estos tiempos cagones. Cruzó a toda velocidad de un lado a otro de la agonía casi sin darnos tiempo para comprenderlo. No era un compositor de himnos ni letras engrupidoras, y sus frases lapidarias no se prestan para el ensueño juvenil. Más allá de sus geniales e intraducibles juegos de palabras, escribió con frase rápida, espontánea, canciones que van directo al hueso, para que todo quede bien claro, canciones que rayan la cancha, sin tiempo para la larga reflexión. Y lo hacía parecer fácil, como si las vivencias, o más bien su traducción en versos, llevasen en su génesis el propósito de quedar grabadas. Creía en el presente, en la noche, en las veredas, en los jeans gastados, en las drogas. Ya lo dijo una vez: “Mis héroes murieron de sobredosis, mis enemigos están en el poder”.



Marcelo Olivares Keyer
olivareskeyer@gmail.com

miércoles, 15 de julio de 2009

HABLA EL MUDO



HABLA EL MUDO
(Palabras De Carlitos Gardel)

Habla Carlos Gardel…Queridos amigos de la América Latina, de mi tierra y de mi raza…La casa Víctor quiere que les anuncie la firma reciente de mi contrato de exclusividad con ella y yo lo hago muy gustoso, porque sé que nuestras grabaciones serán cada vez más perfectas y encontrarán en ustedes oyentes cordiales e interesados…
¿Cómo ingresó en el teatro?
Desde muy joven en las reuniones y fiestas acostumbraba a cantar; todas las personas me escuchaban con agrado y algunos de mis amigos, en vista de mi afición por la música y las cualidades que poseía para aprender este arte, me entusiasmaron para que estudiara e ingresara en el teatro. La magnífica acogida que me dispensó el público de Buenos Aires a raíz de mis primeros pasos en la senda artística, fue para mí un incentivo poderoso que me indujo a visitar la Ciudad Luz. Fue en París donde, merced al trabajo cotidiano con brillantes figuras del arte y de las letras, mi espíritu aquilató su sensibilidad, logrando obtener triunfos resonantes en la ópera y participar en varias revistas que se presentaban en los primeros teatros y cantar en los mejores cabarets. En esa época, en unión de un amigo, montamos un lujoso cabaret que en breve se tornó en centro predilecto de los millonarios, mereciendo también ser visitado por los nobles de Europa y por muchos príncipes de Oriente. Quizás, la razón oculta de mis victorias se halle en el apasionamiento profundo por todo lo latino que me lleva a concentrar como a través de una lente todos los lances de mi alma en el ritmo de mis tangos y en el sentido de mis canciones. Posteriormente, resolví aceptar las propuestas que se me hacían para que ingresara en el cine y, en los estudios Joinville, filmé mi primera película Luces de Buenos Aires.




Con harta frecuencia se me pregunta cómo me arreglo, o qué rutina sigo para componer tangos y, en verdad la situación, de los motivos que impulsan la acción; de ello deduzco el grado de sentimiento o de alegría que debe inspirar la canción, y sin pensar en palabras empiezo a tararear hasta que doy con la melodía que juzgo apropiada para la ocasión. Entonces llamo a mi simpático amigo Alfredo Le Pera, el autor de todas mis películas, y con su ayuda y la del pianista, poco a poco empiezo a componer; a veces ello nos toma una hora, dos…y en algunas ocasiones la falta de inspiración nos obliga a suspender el esfuerzo para reanudarlo al día siguiente. No cabe duda de que yo tengo una ventaja sobre los otros compositores en vista de que yo compongo las canciones para mí, pues los otros lo hacen para Bing Crosby, José Mujica, Ramón Navarro, etc., y es evidente que la tarea de ellos tiene que ser más difícil que la mía.
¿Cuál fue su primer amor?
He amado muchas veces en mi vida y conservo de ello gratísimos recuerdos, como que en casi todos mis amores he sido feliz. En ellos he querido de diferente manera, según el temperamento de la chica, las circunstancias y el ambiente. Sin embargo, cada vez que me enamoro creo que es ésta la única ocasión en que verdaderamente he querido.
¿Qué aventura dejó mas honda huella en su vida?
Debido a mis múltiples viajes y a los azares de mi carrera, numerosísimas han sido mis aventuras y en ellas he experimentado tantas sensaciones intensas que me es imposible definir cuál de ellas ha llegado a impresionarme más.
¿Cuál es le tipo de mujer que prefiere?
Prefiero las latinas, indudablemente, por ser de mi misma raza y por lo tanto comprender más mi temperamento, pero todas las mujeres son atractivas, inteligentes y me agradan. No obstante las mujeres sajonas, que tienen fama de frías y calculadoras, cuando encuentran un hombre que las enamora y comprende, son tan sensibles y apasionadas como las latinas y por lo tanto, también me seducen.
¿Le gusta el romanticismo?
El romanticismo es necesario para idealizar la vida, para embellecerla, pero mi romanticismo siempre está ceñido a la realidad y a la oportunidad, es decir, que soy idealista cuando debo serlo, mas sin extralimitarme nunca.
¿Es usted partidario del divorcio?
Debido a mi carrera no soy partidario del matrimonio…
¿Cómo le parece el ambiente de Hollywood?
Aunque no lo conozco, en Nueva York trabé amistad con muchos de los que allí viven y por ello me di cuenta que es un ambiente alegre y original, por ser ésta una ciudad completamente cosmopolita.
¿Cuál es su tango favorito?
He cantado tantos tangos y he puesto toda mi alma en ellos que todos me han gustado igualmente.




Cuando necesito de paz, de tranquilidad, de sosiego…, cuando muchos copetines y muchas farras me han cansado, vengo a ver a mi viejecita y a su lado recobro fuerzas…Y es que en Buenos Aires, che, las cosas son duras para un tipo que sabe que la vida es corta y que un día perdido no vuelve más…Y aparte de todo eso ¡qué amigo ni amores, ni copetines, ni gloria, ni triunfos , ni burros, ni nada por el estilo, al lado de una madre!...El más modesto pucherete hecho por sus manos vale más y es más sabroso que el más caro de los platos del mejor de los hoteles del mundo…Son muy agradables los aplausos del público…,pero, ¿de qué valen al lado de un “has cantado muy bien”, de la viejecita? El ansia de viajar puede más que todo…A los pocos meses de estar en Buenos Aires, tengo unas ganas irresistibles de marcharme…Del mismo modo, cuando falto de la ciudad bruja, no sé qué me ocurre…Parezco un vagabundo, que no estuviera conforme con su destino. Buenos Aires es muy linda, che…Su Corrientes y Esmeralda tiene un encanto indefinible y poderoso que nos ata un lazo de acero…pero cuando se ha conocido París, cuando se ha visto lo que es la Costa Azul, cuando se ha gustado los aplausos de reyes, no satisface del todo…No es que me disguste ni mucho menos…Pero cansa…¡Es terriblemente monótona nuestra ciudad! Y la culpa es de los mismos argentinos, emperrados en una seriedad funeraria…aquí la gente se ríe, con vergüenza, pidiendo perdón por el abuso…En Europa, en cambio, todos son más dados, no hay tanto estiramiento…Se divierten todos mejor allí…Pero Buenos Aires está muy adentrada en mi corazón y si estas mismas palabras de reproche las escuchara en el extranjero, me sabrían a herejía...¡Haría un zafarrancho con quien así se expresase!
A quien aplaude el público no es a Carlos Gardel, es el arte popular nuestro que, por una casualidad feliz, me ha tocado interpretar a mí, lo mismo que hubiera podido hacerlo cualquier otro cantor americano. Yo no soy nadie, es el tango el que triunfa.

lunes, 1 de junio de 2009

Charlie Parker





LA MIRADA DEL REY

(CHARLIE PARKER EN VIVO, POR JACK KEROUAC)

Llegamos al Red Drum, una mesa cubierta de vasos de cerveza (unos cuantos vasos para ser exacto), y todos los chicos que entraban y salían en grupos, pagando un dólar veinticinco en la entrada, con ese tipo bajito de cara de comadreja y ondulaciones de la cadera que vendía las entradas junto a la puerta; Paddy Cordavan que entraba casi flotando como había sido profetizado (un subterráneo alto y corpulento, rubio, con aire de mecánico y de vaquero, que venía del estado de Washington con blue jeans a esta fiesta de la generación loca, toda llena de humo y enloquecida; le grité: “¡Paddy Cordavan!”, y él contestó “Sí” y se acercó); todos sentados juntos, grupos interesantes en varias mesas, Julián, Roxanne (una mujer de veinticinco años que parecía profetizar el futuro estilo norteamericano con el pelo corto casi a la marinera, pero negro, rizado y serpentino, y una cara pálida, anémica de morfinómana; y hoy decimos morfinómano cuando en sus tiempos Dostoievski hubiera dicho ¿qué?, ¿tal vez ascético o santo?, pero no en este caso, la cara pálida y fría de la muchacha fría y azul con su camisa blanca de hombre con los puños desabotonados, así la recuerdo, inclinada hacia adelante charlando con alguien después de haberse abierto paso a través de toda la sala de rodillas, a fuerza de hombros, inclinándose para hablar, con una colilla muy corta de cigarrillo en la mano, y recuerdo la exacta sacudida que le daba en ese momento para hacer caer la ceniza, no una sino varias veces, con uñas largas de dos centímetros, y también ellas eran orientales y serpentinas); grupos de todas clases, y Ross Wallenstein, y la aglomeración, y allá arriba en la tarima Bird Parker con sus ojos solemnes, porque había perdido su anterior popularidad, hacía muy poco de eso, y ahora regresaba a una especie de San Francisco muerto para el bop, aunque acababa de descubrir o le habían hablado del Red Drum, había sabido que los chicos de la grandiosa nueva generación se reunían y aullaban allí, de modo que allí estaba, sobre la tarima, examinándolos con la mirada mientras soplaba sus notas “locas” pero ahora-calculadas, los tambores resonantes, los agudos altísimos; y Adam que para hacerse un favor se retiró prudentemente a eso de las once de la noche para poder irse a la cama y levantarse a trabajar por la mañana, después de una rápida salida con Paddy y conmigo para beber una cerveza de diez centavos, rápidamente, en el bar Pantera, donde Paddy y yo en nuestra primera conversación echamos un pulso en broma; y luego Mardou salió conmigo, con los ojos alegres, entre dos números, también para beber una cerveza, pero ante su insistencia en vez del Pantera en el Mask donde cuestan quince centavos, pero ella tenía algunas monedas y fuimos y empezamos a conversar seriamente y a sentirnos excitados por la cerveza; era por fin el principio.







Volvimos al Red Drum para oír a Bird, el cual, lo vi claramente, miró con curiosidad varias veces a Mardou, y también me miraba a mí, directamente a los ojos, para averiguar si yo era realmente el gran escritor que creía ser, como si conociera mis pensamientos y mis ambiciones o me recordara de otros locales nocturnos y de otras costas, otros Chicagos; no era una mirada de desafío, sino la mirada del rey y fundador de la generación del bop, por lo menos así parecía mientras observaba su auditorio espiando los ojos, los ojos secretos que le vigilaban, y al mismo tiempo soplaba con los labios y ponía en acción sus grandiosos pulmones y sus dedos inmortales, con sus ojos separados, interesados y humanos, el más simpático músico de jazz que se pueda imaginar, y al mismo tiempo, naturalmente, el más grande; observándonos a Mardou y a mí en la infancia de nuestro amor, y probablemente preguntándose por qué, o sabiendo que no podía durar, o viendo cuál de los dos habría de sufrir; y ahora, evidentemente, pero no del todo todavía, eran los ojos de Mardou los que brillaban en mi dirección; salvo una circunstancia, que al volver a casa, terminada la reunión y bebida la cerveza en el Mask, íbamos en el ómnibus de la calle Tercera, tristemente, a través de la noche y las luces pulsantes de neón; repentinamente me incliné sobre ella para gritarle algo y su corazón (en su secreto interior, según confesiones posteriores) dio un salto al percibir la “dulzura de mi aliento” (así dijo) y de pronto casi me amó.

Jack Kerouac, 1951.