sábado, 27 de agosto de 2011

UNAMUNO Y EL SENTIMIENTO MÁGICO DE LA VIDA


UNAMUNO Y EL SENTIMIENTO MÁGICO DE LA VIDA


Eran mis 14 años. La adolescencia, más o menos presente y entumida desde siempre, estaba en plena erupción. Hablaba con amigos afines sobre los grandes interrogantes metafísicos, mis compañeros inseparables, mis obsesiones, desde la adolescencia anterior, la de los cuatro años. ¿Existe Dios? ¿Quiénes somos? ¿Qué hay después de la muerte?… Las preguntas discurrían por insomnios y poemas. El profesor de castellano, generoso, comunicante, materialista, comunista, me decía con un dejo de tristeza “Usted es un poeta abstracto”. Yo, por otro lado, era un apasionado seguidor de la política internacional, la guerra, la causa de la democracia . Entre la niebla de las abstracciones metafísicas, escuchaba la radio, leía los diarios, hasta hacía pequeños discursos hablando sobre el conflicto mundial.
En eso tropecé con el libro de Unamuno “El Sentimiento Trágico de la Vida.” Unamuno era de los míos. A mí me dolía España desde que escuché las primeras noticias sobre la guerra civil. Era, creo que todavía soy, un converso a republicano español. Don Miguel le había dicho al general franquista “Venceréis, pero no convenceréis…” Unamuno era parte de mis héroes con García Lorca, con Machado, con Miguel Hernández.
Algo me ocurrió con ese libro. Lo leí con acuciosidad y voracidad. Lo subrayé. Lo anoté. Lo saturé. Me comprometí. Fui sintiendo la seducción del genio, vehemente, sabio, ególatra, defensor de causas nobles, descomunal, erudito, mago de la expresión. Fui destilando mi percepción del mensaje central. Algo así como un pensamiento y un grito, uno dentro del otro. Era: Hay una gran tragedia, él tiene un desgarro existencial sin salida posible. Quiere vivir. No acepta morir, aunque eso signifique vida eterna. Ello, seria otra vida sin su cuerpo. No, no es el mal de haber nacido del protagonista de La Vida es Sueño. Es no poder aceptar que la vida se termine.
Admiré al autor, venció… pero no me convenció Si él quería seguir experimentando la vida… entonces la vida era valiosa y, está claro, nos la dan. Una debilísima luz empezó a darme vueltas: mi postura era no de sentir un sentimiento trágico, era de un sentir pensamientos mágicos sobre la vida. He escrito más de treinta libros y todos ellos podrían cambiarse por un título, mejor por una frase: El sentimiento mágico de la vida
Pasaron los años. Franco había muerto, se había instalado la monarquía; yo estaba viviendo, exiliado, en España. Y seguía siendo republicano. Me acompañaba mi primera esposa, María Luisa, fallecida en 1999. Ella era republicana española de verdad, exiliada en Chile desde la niñez. Ella era más chilena que yo, cosa compensada con mi predominio en lo referente a ser español republicano.
En un momento dado vamos a Salamanca. Buscamos a quien pudiera tener recuerdos vivos de Unamuno, damos con un convento de monjas mayores, hasta hacía poco de normas de claustro absoluto, cerradas las ventanas al mundo.
Nos atiende una religiosa de avanzada edad. Sí, supo mucho sobre la vida de Don Miguel. Nos sorprende haciendo grandes elogios al espíritu libertario del antiguo rector de la universidad. La metáfora sería el que mientras vivía lo culpaban de todo lo que sonara a crítica de lo establecido.
Agrega, metáfora de la apreciación, que después no encontraban a quien echarle la culpa por los movimientos de protesta en la ciudad. Creí escuchar a Unamuno decir: “eso es mucho más mágico que trágico”. No alcancé a hacerlo, era el momento de despedirnos. Coincidimos y no coincidimos con la antigua monja de claustro. Ella me ofreció para besar la punta de un cinturón de paño, en el mismo momento en que yo le daba un beso en la mejilla; María Luisa sonreía comprensiva y el sentimiento de ridículo mediaba entre la magia y la tragedia.


Luis Weinstein Crenovich

domingo, 21 de agosto de 2011

NIDO DE RATAS


PILARES DE NUESTRO TIEMPO II

NIDO DE RATAS
(La “Escuela de las Américas”)

I LA NUEVA INQUISICIÓN
“Escuela de las Américas”, un nombre que no dice nada. Tras esta fachada deliberadamente insípida se esconde la institución en que se (de)formaron muchos de los cabecillas, gestores y ejecutores del triste periodo histórico en que América Latina fue torturada casi de punta a cabo por traumáticas dictaduras militares. Trauma histórico y continental en cuyas mazmorras –materiales y psicológicas- fue engendrado nuestro tiempo.
Su primer nombre fue LATIN AMERICAN TRAINING CENTER-GROUND DIVISION. Lo que esa frase signifique en castellano, da lo mismo. Fundada en Panamá (más específicamente en Fort Amador, en la boca del Canal que mira hacia el Océano Pacífico) en 1946, este “Centro de Entrenamiento” jugaría un rol decisivo en el sorprendente vuelco de los acontecimientos que transformó lo que sería la Era de la Revolución y el “Hombre Nuevo”, en la era de la represión y el hombre amordazado.
Con eficiencia anglosajona, este verdadero nido de ratas ubicado estratégicamente (y para guardar las apariencias) en la cintura de América, fue la primera manifestación física y tangible de lo que se denominó Doctrina de la Seguridad Nacional, ese maquiavélico cuerpo dogmático que consiguió redefinir en la mente de cierta oficialidad las prioridades y objetivos hacia los que dirigir la maquinaria militar.
Fue tal la eficacia de esta nueva Inquisición en el lavado de cerebro de sus alumnos, que sus graduados, al regresar a sus (nuestros) países, olvidaban por completo la función natural de las fuerzas armadas como guardianas de las fronteras nacionales. Cual zombies sometidos a misteriosa hipnosis, los becados volvían a nuestras sociedades ansiosos por masacrar a los nuevos enemigos: sindicalistas, folkloristas, dirigentes estudiantiles, artistas en general, el quiosquero de la esquina que vende cancioneros, y todo individuo o agrupación que denunciase la impotencia de las instituciones existentes para hacer mejorías estructurales en el cuerpo social.
Sus sucesivos cambios de nombre ocultaron, como suele ocurrir, la negativa a cambiar sus métodos y su esencia. Estos fueron:
1950: UNITED STATES ARMY CARIBEAN SCHOOL, que incluyó la adopción del idioma español en sus “cátedras”, y el traslado de sus instalaciones hacia Fort Gulick, en la boca del Canal que mira hacia el Caribe.
1963: UNITED STATES ARMY SCHOOL OF THE AMERICAS, de cuyo final de frase
se extrajo el nombre que perdura hasta hoy. Además, el fiasco de Vietnam (adonde, huelga decirlo, Estados Unidos fue arrastrado por el imperialismo francés tras su derrota en Argelia) convenció a los gringos de que era mucho más práctico usar a los propios ejércitos latinoamericanos para que diesen Golpes de Estado, en vez de intervenir ellos mismos con una abierta invasión, sentido fundamental de esta Escuela de las Américas.
1984: UNITED STATES ARMY TRAINING AND DOCTRINE COMMAND SCHOOL, nombre que asume su carácter adoctrinador, por obra y gracia de Ronald Reagan, reconocido paladín del capitalismo.
2001: WESTERN HEMISPHERE INSTITUTE FOR SECURITY COOPERATION; último camuflaje denominativo: “cooperación” ¿entre quiénes?

II PLAN DE ESTUDIOS
En 1977, el siempre bienintencionado presidente Jimmy Carter consiguió paralizar las “clases” de esta verdadera locademia de torturadores, y se comprometió a retirarla de Panamá, de modo que cuando Mr. Reagan la reabrió en 1984, sus pabellones, aulas y secretarías de estudio (¿contarán también con un “Centro de Alumnos”?) se encontraban ahora en Fort Benning, Estado de Georgia, U.S.A. Por lo menos así quedaba claro que no era una escuela de las américas sino una escuela estadounidense.
El presidente Bill Clinton también intentó cerrarla, consiguiéndolo por un tiempo, pero su sucesor –Bush hijo- la reabrió. ¿Cómo se explica este tira y afloja ya entrado el Tercer Milenio?
Los académicos del cuestionado instituto recurrieron, como luego sus aplicados alumnos, a la existencia de la Unión Soviética para justificarlo todo, absolutamente todo. Aunque a quienes crecimos por aquellos días nunca nos convenció la extraña ecuación que se nos repetía hasta el hartazgo: Si al otro lado del mundo gobernaba un régimen totalitario, en nuestro mundo tenía que gobernar el terror, y, además, estaba todo, absolutamente todo, justificado.
El plan de estudios de la Escuela de las Américas incluyó, en la práctica, las siguientes asignaturas:
- Tortura.
- Secuestro
- Desaparición
- Golpizas a prisioneros
- Campañas de terror
- Detenciones ilegales
- Violación de prisioneras
- Listas negras
- Quema de libros
- Financiamiento de paros patronales
- Robo de recién nacidos
- Desvío de armamento hacia grupos de extrema derecha
- Desabastecimiento
- Mercado Negro.
Algunas de estas asignaturas eran obligatorias, y otras electivas, pero todas fueron –en diverso grado- aplicadas por las dictaduras coordinadas mediante el llamado “Plan Cóndor”. También, cabe imaginar, han de haber contado con talleres experimentales, pasantías, prácticas pagadas, y temibles salidas a terreno. Los mejor calificados, seguramente ascendían a “alumno-ayudante”.
Encorvados sobre sus pupitres se podía ver a tipos como Leopoldo Galtieri, Manuel Contreras o Vladimiro Montesinos. Fueron más de 60.000, de 23 países, los graduados que, diploma en mano, volvieron a sus lugares de origen prestos a poner en práctica sus nuevos conocimientos. Alguien bromeó alguna vez que si la Escuela de las Américas organizase una fiesta de ex-alumnos, podríamos ver, de una sola ojeada y juntos, a muchos de los más peligrosos acusados por crímenes contra la humanidad.

III ALMA MATER
Para entender la existencia de tan insólita escuela, cumple asumir que algunas de las bases en que se cimienta la visión de mundo de la mayoría de los mortales son, en rigor, falacias. Para no desbordar el tema central de estas líneas, me referiré sólo a dos:
1. Latinoamérica NO es independiente. Nunca lo ha sido. Las llamadas Guerras de Independencia de principios del siglo XIX, fueron en realidad una sola guerra civil inter-oligárquica derivada de la invasión napoleónica en la metrópoli. El resultado, bastante azaroso, implicó la entrega en bandeja de los recursos naturales al colonialismo económico británico. Tras la Segunda Guerra Mundial, Inglaterra hizo entrega de su feudo a su hijo norteamericano. Así, la Escuela de las Américas fue el producto predecible con que los Estados Unidos mantendrían vigilado su fundo.
2. Los países son jurisdicciones territoriales, nada más. Lo único que conserva la supuesta unidad entre los diversos grupos e intereses de clase de que está compuesto cada país, es la coerción militar y la educación primaria obligatoria, que cuenta los mismos mitos a todos por igual, siendo así la historia oficial una planificada mitología. Esta falsa homogeneidad oculta el sistema de castas tan caro a Latinoamérica, siendo la casta dominante la que envía a algunos de sus muchachos a esta lejana escuela en la que aprenderá todo lo necesario para el día en que decidan recurrir a un golpe de Estado.

Con esta institución se completa la fortaleza erigida por la extrema derecha para evitar el verdadero desarrollo de nuestras sociedades. Si el franquismo aportó la fe en la reacción, bañándola con un descompuesto pero embriagante halo de ultracatolicismo Opus Dei, la Escuela de las Américas aportó, gracias a la industriosidad y eficiencia Made in U.S.A., la manera de llevarla a cabo.
Pero no vamos a caer en el disparate de achacarle al imperialismo estadounidense la causa de nuestro subdesarrollo. Es perfectamente natural que un país poderoso amplíe sus zonas de influencia y elabore las instituciones y estrategias que estime necesarias para supervigilar la aldea global. Además, si no fuese Estados Unidos, sería otra potencia la “mala de la película” (al carecer aún nuestra Latinoamérica querida de la autoestima suficiente como para plantarse a sí misma de cara al mundo). Lo grave es que las clases dominantes de nuestro subcontinente no entiendan que es absolutamente incompatible el mito de la Independencia con el hecho de seguir enviando oficiales a corromperse a Fort Benning.
En las salas de la S.O.A. (School of the Americas), se decidió una porción no menor del destino de Latinoamérica. Al compararla con la Inquisición no he sido justo, ya que el Tribunal del Santo Oficio nació y creció en concordancia con el espíritu de su tiempo, y no hizo nada que a sus contemporáneos les haya resultado chocante. En cambio, la Escuela de las Américas es un mentís a la post-modernidad y a sus supuestos logros: Democracia, Declaración de Derechos Humanos, Respeto a la Diversidad y otros cuentos de hadas.
Pero lo peor no es esto, la cruda realidad es que este centro de adoctrinamiento e instrucción sigue funcionando hasta el día de hoy, poniendo en entredicho la legitimidad última de toda la institucionalidad que nos envuelve. ¿Qué justificación puede aducir la legalidad toda, si con una mano saluda al pueblo jugando a la democracia, y con la otra alimenta y cuida a los monstruos del laberinto?

En lo que va de este Tercer Milenio, si algo han (hemos) aprendido los pueblos, es que los golpes de Estado –cualesquiera sean las circunstancias, siempre forzadas por conveniencias sectoriales- son una soberana estafa. Las pseudodemocracias de hoy, al menos –y esto es un avance- tienen apariencia de democracia y -sobretodo tomando en cuenta las crecientes movilizaciones populares de este último tiempo- dan para ilusionarse con que puedan llegar a serlo de verdad. Sólo falta recordarles a los parlamentarios que están sentados en el Congreso justamente para eso (y no para “hacer carrera”).
Entonces ¿cómo es que algunos gobiernos latinoamericanos siguen mandando oficiales al “Western Hemisphere Institute…”? Hay algo que no calza.
De todas maneras, el cuadro no es tan sombrío: El año 2004, en un rapto de dignidad, el gobierno venezolano dejó de enviar gente al nefasto antro. El 2006, Argentina y Uruguay siguieron su ejemplo. Al parecer, últimamente otros países se han sumado al sentido común y han decidido dar muestras de independencia. ¿Y Chile, cuándo?


Marcelo Olivares Keyer